Marie

Hace algunas lunas, en compañía de la negra e indolente noche, me he rendido ante sus pies, ante sus acolchonados abrazos y el resplandor de su sonrisa.
El no mirarla eran latigazos al cuerpo desnudo de mi ser y observarle era una indeleble caricia directo al corazón.
Me desnudaba, su belleza lo hacía, y en auspicio misericordioso de mi propio abandono, en el efímero ensueño de muchacho enamorado en el cual ella me poseía, yo creía que podía volar cada vez que ella abría sus alas conocidas como brazos; y su boca que hacía entonar todas las melodías de cualquier repertorio, como a una bailarina, yo la seguía con los ojos muriéndome de sed por el milenario deseo de arrancarle los labios que son tan dulces como el cantar de los cantares.
Y en los raudales de alegría que me producía, en su plena desnudez, era una crisálida que en plena metamorfosis le gritaba al mundo la irrefutable belleza que se le había adherido, y yo, como fiel admirador, aplaudía el arte de los milagros que se encendían como luciérnagas rebosantes de color.

Podemos suspirar... desde que las velas se apaguen y los cielos se enciendan.

He pensado mucho antes de buscarte porque, aunque el mutismo de mis labios los mantenga cerrados, el bullicio de mi subconsciente abraza el apocalipsis que se aviva en mi ser.

Cuando llegas tarde a la vida de alguien, y lo sabes, recuerda nunca llegar.

Recuérdame qué era el amor, pero no las cenizas de un corazón roto.

Y para abrirle camino a la mudanza, ella, comenzó de primero; con la vergüenza en la cara por un matrimonio ya muerto, pues irse era el anuncio... las maletas, la estocada.

He salido de casa buscando un alguien con el que no he planeado una cita, en una ciudad que no conozco y con las calles vacías.
He salido un par de cuadras lejos, donde el nublado cielo me hace ver hacia arriba, mientras pienso en un nombre que me hace renacer de las cenizas.
Es ella... Su alma y mi alma parecen verse como si ésta fecha fuese antes ya escrita.